Vestido listo, vestido correctamente 

En el Evangelio de Mateo, Mateo 22, Jesús compara el reino de los cielos con un rey que prepara un banquete de bodas para su hijo. Es una historia llena de imágenes de invitación, rechazo, gracia, juicio y, en última instancia, un momento sorprendente de exclusión. Nos invita a reflexionar sobre cómo respondemos al llamado de Dios y qué significa estar verdaderamente listo para encontrarnos con Él.

La narración se desarrolla con el rey enviando invitaciones al banquete. Esta no era una fiesta común: era una celebración de bodas para su hijo. La mesa estaba repleta de la mejor comida, preparada con cuidado y generosidad. Sin embargo, los invitados se negaron a venir. A pesar de las repetidas propuestas del rey, se alejaron. Algunos rechazaron la invitación de plano, absortos en sus campos y negocios, mientras que otros respondieron con hostilidad, maltratando e incluso matando a los mensajeros del rey. La reacción del rey fue rápida y severa, enviando a su ejército para destruir a los asesinos y quemar su ciudad.

Pero la historia no termina allí. En un acto de gracia asombrosa, el rey extiende la invitación a todos los rincones. Sus sirvientes son enviados a las calles para reunir a todos los que puedan encontrar, buenos y malos por igual. El salón del banquete está lleno de invitados, una multitud diversa que se reúne no por sus méritos sino por la invitación abierta del rey. Sin embargo, cuando el rey inspecciona la sala, nota a un invitado sin traje de boda. Confrontado, el hombre se queda sin palabras y el rey ordena que lo echen a la oscuridad.

A primera vista, la parábola parece cambiar abruptamente. El generoso rey, que dio la bienvenida a todos en su banquete, ahora parece severo. ¿Por qué una reacción tan severa ante la vestimenta inapropiada? Para entender esto, debemos profundizar. En la cultura de la época, era costumbre que los anfitriones proporcionaran prendas de vestir a sus invitados. El hecho de que el hombre no usara el traje de boda no se debía a la pobreza o al descuido; era un rechazo deliberado de la provisión del rey.

Esta parábola es rica en significado. Habla de la naturaleza generosa y universal de la invitación de Dios. El persistente acercamiento del rey refleja la incesante búsqueda de Dios por la humanidad. Él nos llama no porque seamos dignos, sino por su gracia. Sin embargo, la parábola también nos advierte que responder a la invitación de Dios requiere más que presentarse. Requiere una transformación: la voluntad de aceptar el “vestido de bodas” del arrepentimiento, la justicia y el compromiso con la vida que Dios nos llama a vivir.

Consideremos por un momento la imagen del banquete de bodas. Las bodas son ocasiones de alegría, unidad y celebración. Pero, como en cualquier reunión, pueden revelar verdades más profundas sobre las relaciones y las intenciones. Imaginemos una boda en la que algunos invitados, en lugar de celebrar la unión de la pareja, avivan viejos agravios o se comportan de manera inapropiada. Sus acciones perturban la armonía y restan valor al propósito del día. De la misma manera, el hombre sin vestido de bodas perturba la unidad del banquete. Su presencia, sin preparación ni compromiso, revela un corazón que no está alineado con la voluntad del rey.

Esta parábola nos desafía a examinar nuestro propio corazón. ¿Hemos aceptado la invitación de Dios en sus términos o estamos tratando de acercarnos a Él por nuestra cuenta? ¿Estamos vestidos con la justicia que viene a través de la fe en Cristo o estamos confiando en nuestros propios esfuerzos o presumiendo de la gracia de Dios sin un verdadero cambio de corazón? El vestido de bodas representa más que la apariencia exterior; simboliza la transformación interior que proviene de aceptar la gracia de Dios y vivir en respuesta a ella.

Las palabras finales de la parábola son aleccionadoras: “Porque muchos son llamados, pero pocos son los escogidos”. No se trata de exclusión, sino de la seriedad de nuestra respuesta al llamado de Dios. La invitación se extiende a todos, pero debe recibirse con humildad, gratitud y la voluntad de ser moldeados por el amor de Dios.

El apóstol Pablo ofrece una reflexión adecuada en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, consideren bien todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración; en fin, consideren bien todo lo que es excelente o digno de alabanza”. Estas son las cualidades de una vida revestida de la justicia de Dios. No se logran con nuestro esfuerzo, sino que son los frutos de una vida entregada a Cristo.

Al enfrentar los desafíos de nuestro tiempo, recordemos que el llamado al banquete de Dios no se trata de perfección, sino de apertura. Se trata de reconocer nuestra necesidad de Él y permitir que Su gracia nos vista con las vestiduras de la salvación. No solo aceptemos Su invitación, sino que también la honremos viviendo vidas que reflejen Su amor, Su gracia y Su verdad.