Aprendiendo a ser un buen vecino

Jesús dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No fue el primero en decirlo (estaba escrito en la ley judía), pero confirmó que era una de las cosas más importantes que debemos hacer, una de las claves principales para una vida plena.

Entonces, ¿quién es mi prójimo?

A Jesús le hicieron esa misma pregunta, y su respuesta aclaró algunas cosas. Contó una historia: un hombre iba caminando por un camino cuando unos ladrones lo asaltaron y lo golpearon hasta casi matarlo. Un poco más adelante, un sacerdote que iba caminando por el camino (un sacerdote de la etnia y religión del hombre moribundo) lo vio tirado allí y pasó de largo. Algún tiempo después, otro hombre santo con antecedentes similares también pasó por el lado del hombre moribundo. Finalmente, un hombre samaritano (un completo extraño de una cultura que era un enemigo histórico del pueblo judío) se acercó y le vendó las heridas, lo puso en su propio burro y lo llevó a una posada donde pagó de su bolsillo para que se quedara y fuera curado.

A Jesús le preguntaron por sus vecinos y él respondió con una historia de viajeros. ¿Por qué? Porque sus vecinos no son sólo aquellos con quienes usted vive y pasa su tiempo. Su vecino es cualquier persona con la que usted interactúa. Ya sea que los conozca, les caiga bien, se parezcan a ellos o no, son sus vecinos. Los judíos y los samaritanos a menudo se odiaban. Tenían una larga historia de mala sangre. Jesús estaba pintando un cuadro de polos opuestos.

¿Alguna vez ha estado en el aeropuerto y se ha sentado frente a alguien con quien está seguro de que no estaría de acuerdo con usted en cada una de sus creencias fundamentales? Puede darse cuenta por la forma en que se viste, el libro que está leyendo, la comida que lleva a la puerta de embarque: su visión del mundo y la de ellos deben ser irreconciliables. ¿Está imaginando a esa persona en su mente? Genial. Ese es su vecino. Y también lo es el hombre que pide cambio en la calle principal. Y el miembro de la familia que está distanciado. Y la persona que espera que no se mude a la casa de al lado. Todos son sus vecinos.

La segunda parte de la ecuación es averiguar qué significa amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Aquí es donde se pone difícil. En la historia de Jesús, amar a nuestro prójimo requiere modificar nuestros planes y caminos para ser amables con las personas sin esperar nada a cambio. La forma en que Jesús lo expresó es que amar al prójimo es totalmente inconveniente, tremendamente desinteresado y casi imposible de hacer bien todo el tiempo.

Pero a Jesús no parecía importarle que lo hiciéramos a la perfección. Sus enseñanzas sugieren que quería que consideráramos nuestras intenciones y nos esforzáramos por actuar desde un lugar de empatía. Con el tiempo, amar a nuestro prójimo es una acción que puede volverse intuitiva. Entonces, ¿cómo lo hacemos?

Tres simples pasos pueden ayudar. Cuando Jesús contó esa historia y mencionó que un hombre samaritano caminaba por la calle, la multitud se habría tensado. Muchos odiaban a los samaritanos. Pero Jesús sorprendentemente convirtió al samaritano en el héroe, tal vez mostrando que el primer paso para ser un buen vecino es evitar juzgar a los demás. Jesús no enseñó a odiar ni a asumir lo peor.

Otra pista está en la palabra “prójimo”. En griego, el idioma en el que se escribió esta historia, esta palabra es “plesion”, que simplemente significa “cerca”. ¿El samaritano a quien Jesús presenta como modelo de buen vecino? Se acerca al moribundo. Se acerca. Los otros dos pasan caminando al otro lado de la calle. Entonces, el segundo paso es practicar el acercamiento a las personas que de otra manera evitaríamos. Entablar una conversación. Escuchar su perspectiva.

Imaginemos por un momento si las personas de nuestra calle principal hicieran exactamente eso: se escucharan entre sí como vecinos. Puede que no lleguen a un acuerdo, pero sin duda se convertirían en mejores vecinos al acercarse y escuchar.

Y la pista final está en cómo el samaritano deja todo en suspenso para cuidar al moribundo. Es un ejemplo extremo, pero en esencia, el hombre está poniendo las necesidades de otro por encima de las suyas. El tercer paso es elegir la humildad. Ponerse en el lugar de la otra persona y atender sus necesidades como cuidarías de las tuyas. Jesús lo demostró lavando los pies de sus discípulos: el maestro se humilló ante sus alumnos. Jesús no se dejó cegar por los juicios apresurados, y tampoco el samaritano. Ambos se acercaron y luego pusieron las necesidades de su prójimo por encima de las suyas. Amaban a su prójimo.

¿Cómo sería si todos tratáramos de amar al nuestro?