La cosecha es abundante. (Juan 4:35) 

Cuando Jesús pronunció estas palabras, estaba en las afueras de la ciudad de Sicar, en Samaria. Sus discípulos habían ido a la ciudad a buscar comida y Jesús acababa de encontrarse con la mujer junto al pozo (ver Juan 4:1-27).

El encuentro de Jesús con esta mujer transformó la vida. Pasó una cantidad significativa de tiempo hablando con ella sobre su vida personal, respondiendo sus preguntas espirituales y tratándola con un nivel de dignidad que rara vez se le había brindado. Fue la primera semilla que Jesús sembró en el corazón de un samaritano. La mujer quedó tan conmovida por su compasión que cuando regresó a su aldea, le dijo a la gente: “Venid, ved a un hombre que me contó todo lo que hice: ¿no es éste el Cristo?” (Juan 4:29).

Esta mujer compartió con tanto entusiasmo su testimonio de Jesús que todo el pueblo de Sicar salió de la ciudad para encontrarlo (Juan 4:30). Por lo tanto, desde el momento en que Jesús sembró Su semilla por primera vez en el corazón de esta mujer samaritana hasta el momento en que cosechó Su primera gran cosecha entre los samaritanos, sería solo cuestión de horas. De hecho, esto fue bastante notable. Ciertamente, a menudo se necesita bastante tiempo para cosechar una cosecha considerable de almas en cualquier nueva región del mundo.

Cuando la aldea de Sicar salió al encuentro de Jesús, Él y sus discípulos estaban en las afueras de la ciudad, donde Él les hablaba acerca de hacer la obra de Dios. Según las palabras de Jesús, parece probable que Él y sus seguidores estuvieran parados cerca de un campo de trigo en ese momento, similar al que estábamos mi esposa y yo ese día en la nación de Ucrania.

Mientras Jesús hablaba con sus discípulos, aparentemente estaba parado en una posición que le permitía tener una vista amplia de los campos de trigo cercanos. Mientras tanto, sus discípulos estaban tan concentrados en lo que les estaba diciendo que no se dieron cuenta de las corrientes de personas que venían de la aldea y se dirigían a través de los campos hacia donde estaban ubicados. En ese momento, Jesús dijo a los discípulos: “No digáis: Aún faltan cuatro meses, y luego vendrá la cosecha…”

Naturalmente, deberían pasar al menos cuatro meses hasta que la semilla se recoja como una cosecha adulta. Pero ese plazo no se aplicó en el caso de la mujer samaritana. La semilla había sido sembrada en su corazón poco tiempo antes, ¡pero ya era hora de cosechar! Por eso Jesús dijo a sus discípulos: “…He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos; porque ya están blancos para la siega”.

Cuando los discípulos se dieron vuelta y miraron, vieron multitudes avanzando por el vasto campo de trigo mientras se dirigían hacia Jesús. Debió haber sido un espectáculo sorprendente para los discípulos. Después de todo, esta mujer samaritana había ido a su pueblo apenas unas horas antes, ¡y ya había una gran respuesta a su testimonio! Jesús solo había sembrado una semilla en el corazón de una mujer samaritana, pero ya estaba cosechando una cosecha masiva de almas.

Quiero que notes que Jesús dijo que “…ya están blancos para la siega”. Jesús no se refería a los campos de trigo inmaduros sino a la gente que venía a verlo. Un estudioso ha señalado que se sabía que los trabajadores de las aldeas pequeñas vestían prendas de trabajo blancas. Este pueblo de trabajadores quedó tan afectado por el testimonio de la mujer samaritana que dejaron lo que estaban haciendo e inmediatamente fueron a ver a Jesús, todavía vestidos con sus ropas blancas de trabajador. Cuando el Señor vio una multitud de gente que venía hacia Él vestida de blanco, no vio vestiduras blancas; Vio una cosecha blanca y lista para ser cosechada entre los samaritanos.

Mientras la multitud se acercaba a Jesús, Él dijo a los discípulos: “Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra y el que siega se regocijen juntos. Y en esto es cierto aquel dicho: Uno siembra y otro cosecha” (Juan 4:36,37).

Jesús fue quien sembró la primera semilla en el corazón de la mujer samaritana, pero ahora era el momento de cosechar, y se necesitan muchas más manos para cosechar que para sembrar. Jesús era el sembrador, pero la cosecha no podía recogerse ni retenerse plenamente sin la ayuda de sus discípulos. Jesús sintió una gran alegría al observar esta cosecha de almas que llegaba tan rápidamente. Sin embargo, ahora también sería un gran gozo para los discípulos ayudar a Jesús a blandir la hoz y llevar estas almas a Dios. Jesús sembró la semilla, pero era esencial que los discípulos lo ayudaran a cosechar.

En Juan 4:38, Jesús dijo: “Os envié a segar lo que vosotros no trabajasteis; otros trabajaron, y vosotros habéis entrado en sus labores”. Sólo Jesús había sembrado la semilla en el corazón de la mujer junto al pozo. Cuando hizo esto, sus discípulos estaban en la aldea buscando comida. ¡Pero ahora, los discípulos tuvieron el privilegio de participar en una gran extravagancia de cosecha para la cual no habían hecho ningún trabajo! Estaban entrando en una cosecha blanca que estaba lista para ser cosechada porque Jesús se había tomado el tiempo para sembrar la semilla en el corazón de una sola persona.

La cosecha espiritual a menudo llega más rápidamente que la cosecha natural. Pueden pasar cuatro meses para que el trigo